Las manos, el corazón y la cabeza detrás de tus complementos sostenibles
Alguien que como tú valora los placeres sencillos: la siesta del domingo, el olor de los pimientos asados, un baño en el mar, la belleza de una flor que nace silvestre entre dos baldosas de la acera…


Hola, soy Almudena, tu tendera de barrio versión moderna.
Y ya que te pasas por aquí, y yo super agradecida porque sin ti esto no tendría sentido, toma asiento que te cuento.
Antes de nada, seguro que te estás preguntando de dónde viene el nombre Pángala. Pues bien, mi sobrino de pequeño empezó a repetir tanto esta palabra (asumimos que la aprendió de un amigo del cole y que significaba mosca en otro idioma) que se convirtió casi en el emblema de la familia. Así que cuando tuve que buscar nombre y logo para este nuevo hogar no lo dudé.
Todo empezó con una máquina de coser.
Mi madre, que cosía para ella y todas sus hijas, se empeñó en ayudarnos a encontrar para cada una de nosotras aquello que nos aportara calma. Para el día a día y sobre todo para los momentos de frustración.
En sus enseñanzas cualquier cosa excepto tocar la máquina de coser (para que no me pillase los dedos, ya ves).
Acabé tejiendo, hilvanando y sobrehilando durante años. Y aunque nunca toqué su máquina, observaba a mi madre mientras yo fantaseaba sobre cómo enhebrar su Singer.
Y es que desde niña me ha gustado experimentar y desatar mi imaginación.
Ya en el instituto recibía encargos de los jerséis que me tejía para mí misma. Y en la universidad casi me saco un doctorado coche arriba, coche abajo con mi bisutería y bolsos de cáñamo para vender en las ferias de artesanía. ¿Por qué? Pues porque no tenía un céntimo.
No tenía coche, ni posibilidad de comprar uno, ¡ni siquiera tenía carné de conducir! Pero a mi alrededor siempre había personas amables y entregadas que me acompañaban con toda mi carga.
De las ferias de artesanía a un trabajo fijo y estable.
Estaba obteniendo ingresos y lo disfrutaba, sí, pero aquello no era para nada independencia, ni un trabajo relacionado con mis estudios.
Y claro, pasó lo que pasa siempre. Me ofrecieron el trabajo por el que tanta tinta había sudado y, como si fuese polen para una abeja, de cabeza que me fui. Objetivo profesional logrado y un trabajo que me encantaba. Eso sí, con la espinita de la creatividad clavada.

De trabajo estable a no parar de coser.
Pasaron los años hasta que mi padre me regaló la máquina de coser de mi abuela. La tenacidad y perseverancia que él me había inculcado parecía que iban también en los engranajes de esa máquina. Nunca terminaré de agradecérselo. Y aún no teníamos ni idea de todo lo que iba a pasar.
Empecé a coserlo todo. Como mis padres me habían inculcado el reutilizar, buscaba excusas para crear y telas para reinventar. De ahí nació mi primera colección de bolsos (no del todo coherente, dicho quede, pero colección).
Y claro, sucedió lo inevitable.
Con mi obsesión por coser y una idea fija en la cabeza conseguí lo que me parecía inalcanzable. De golpe pasé de sentirme muy pequeña con mis creaciones a vender en el market del barrio del Carmen, el más chic que en ese momento existía en Valencia. Ya tenía mi marca.
Pero la gran sorpresa vino después. En un día de market, y tras haberlo escuchado ya tantísimas veces, una persona de la organización me dice: “¿para cuándo la tienda física?”
Fue definitivo. ¡Gracias Eixchelt, te debo una!
Nació Pángala slow bags.
Sin tienda física, pero con la idea en la cabeza, una tarde conducía por una carretera flanqueada por plátanos y palmeras y en el fondo se me mostró un cielo esponjoso difuminando las montañas.
Fue tan inspirador que me trajo de forma inequívoca la filosofía Pángala: “Los complementos hechos con calma para personas que disfrutan la vida”. Ecológicos claro, porque lo recuperado mejora los días regulares y lo sostenible los resuelve. Y así es.

Pángala es el resultado de momentos y conversaciones.
Es la historia que hay detrás de cada pieza y la frescura de tomarse la vida con una pizca de humor.
Te doy la bienvenida al planeta Pángala.